Cabreando por Isla de Cabras



Ya en ocasiones anteriores había husmeado por los alrededores de este lugar pero nunca había entrado. Siempre me quedaba justo al lado de la desembocadura del río retratando mariposas hasta que el sol me quemaba el cráneo y el calor me obligaba a refugiarme en el carro con el acondicionador de aire a to' fuete. Hoy, después de trabajar -nada peor que trabajar un domingo y ahora sin paga doble- me antojé de dejar a las mariposas volar tranquilas para acosar con mi camara al fortín San Juan de la Cruz o El Cañuelo, como prefieran llamarlo.
Confieso que no sabía prácticamente nada de este lugar. Sabía que era una edificación antiquísima y que por mucho tiempo sirvió de leprocomio, de ahí en fuera nada más. Admito que me decepcionó mucho rodearlo y no encontrar una entrada o un punto alto que me permitiera ver algo más que aquellas cuatro paredes macizas que exhiben con sencillez su única garita. Resignada la asedié por cuanta esquina se me hizo posible y luego me dediqué a conocer su historia.
Se le conocía originalmente como el fortín San Juan de la Cruz. Era un fuerte completamente rodeado de agua que servía para proteger la entrada a la bahía de San Juan y del río Bayamon- éste era navegable y hay escritos de la época que indican que al poblado de Bayamón llegaban en barcos-. Cumplió esta función hasta 1785. Para 1876 se comienzó a utilizar como asilo para leprosos hasta 1926. ¿Podrían imaginarse cómo se sentiría usted si padeciera de lepra y fuera enviado a este lugar en medio del mar con una vista al Viejo San Juan como único consuelo? De sólo pensarlo se me hace un nudo en el estómago. Finalmente, para 1943,pasó a manos del ejército estadounidense quienes se encargan de ampliar la extensión del islote y construyen la carretera que comunica con Isla.
Al visitarlo hoy, me encontré con una fila de pescadores que flanqueban la entrada esperando pacientes a que algún pez mordiera sus anzuelos. Desde el pequeño muelle un grupo de chamaquitos se tiraban al agua y daban chiste entre ellos. Más adelante varios grupos de personas reunidas en los gazebos celebraban algún cumpleanos o cualquier ocasion especial, yo que voy a saber. Entretanto, José y yo caminábamos, mirábamos a El Morro desde donde lo verían los leprosos y nos perdimos en el ruido incesante del mar al estrellarse contra el rompeolas. Para mí, era como estar paseándome en una réplica miniatura del Viejo San Juan. Yo celebraba para mis adentros el poder disfrutar de un paisaje tan relajante y bonito sin tener compartirlo -perdonen el egoismo- con la turba inacabable de turistas que mantienen sitiada eternamente las calles y los rincones del Viejo San Juan.
Como ven, fue un paseo simple que no nos tomó más de 30 minutos el completarlo. Sin embargo, aprendí, disfruté y me relajé tanto que ya estoy pensando en una próxima visita.
Y ustedes, ¿qué lugar cercano pero ignorado se aprestan a "descubrir"?

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