De paseo por Tortuguero









Siempre me entusiasma la idea de lanzarme a visitar algún recoveco de la isla bordeando la costa norte. No me puedo resistir al embrujo de los mogotes ni al verdor de los llanos costaneros. Igualmente, el avistar repentinamente desde la autopista el vaivén del embravecido mar Atlántico me deja siempre sin aliento. Aquel domingo no teníamos en mente un lugar concreto y decidimos llegar hasta Manatí a ver si por suerte el área recreativa de la laguna Tortuguero estaba abierta. Para nuestra fortuna así fue. Atravesamos la angosta y zigzagueante carretera que conduce hasta el lugar y al llegar me pareció tener una visión.
En mi caso, el panorama es algo a los que no estoy acostumbrada. La laguna se extiende serenamente a lo largo de la costa. El reflejo de los matojos grisásceos esparcidos como mechones cerca de la orilla parecen sacados de un cuadro de Dalí. Sobre la yerba, pescadores silentes aguardan sobre su sillas, con la mirada perdida en el horizonte en espera de que algo muerda la carnada. A la derecha se yergue protector un mogote que esconde a la laguna de los pasantes que transitan la calle principal. En su cima hay un mirador con una vista de 180 grados a la laguna y a sus pies una vereda flanqueada por altos arboles lo separa del agua.
Un vez pasada el "shock" de la primer impresión me lancé a fotografiar todo. Nos recibió de forma gentil y alegre Jeffrey, empleado de DRNA encargado de abrir y cerrar el lugar. De inmediato nos invitó a ver una cría de caimán que tenía enjaulado. Allí lo vimos e incluso varias personas lo cargaron y se retrataron con él. Yo pasé. Le hice un par de fotos y me alejé en cuanto noté el hastío en sus ojos. El saber que la laguna es el hogar de los caimanes no me hizo mucha gracia pero no iba a dejar de caminar por las veredas por miedo a tropezarme con alguno de estos reptiles poco amigables.
Una vez me armé de valor y caminamos por la vereda que bordea la laguna, fui feliz tomando fotos a unas cuantas mariposas, pájaros e incluso presencié un acto de depredación por parte de una libélula. Cuando por fin encontramos el camino que nos llevaba al mirador subimos entusiasmados pero a mitad de camino estábamos casi sin aire pues los escalones median poco más de un pie de alto. Pero valió la pena. Allí nos recibió una araña "pelúa" que descansaba en uno de los bancos de madera. Observamos absortos la laguna extenderse hacia el horizonte con sus tonalidades verde y gris danzando sobre sí de cara al cielo. El aire era liviano, frío. Saturé mis pulmones, refresqué mi cuerpo y emprendimos el descenso. Una vez más fotografié todo con frenesí tratando de captar todos los detalles que quiero rememorar cuando sienta la urgencia de hacerlo a distancia.
Salimos de allí felices de encontrar un lugar tranquilo pero lleno de vida. El día que lo visiten nos comprenderán.

Comentarios

J. J. Jiménez-Fuentes ha dicho que…
Que brutal leerte, y las fotos son bien nice, me encanta seguirte en el blog, jejeje, pero invita en los viajes !...

J.J
Agneris ha dicho que…
Gracias, Pito! Eso me da animos. Vamos a ver si no spodemos de acuerdo y nos vmos de expedicion por ahi!

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